Si hay algo que hace diferente a este equipo es la calidad que tienen dichos futbolistas. El transatlántico blanco atraviesa una de sus épocas más dulces, aquellas que se conocen como una etapa de oro en la historia del club.
Los títulos le abalan como un equipo legendario y nadie se atreve a mirarle a los ojos. El miedo que genera este conjunto es envidiable y nadie ha conseguido hacerle sombra en todos estos años.
Con 120 años de historia, la entidad atraviesa en esta última década cerca de 5 Champions, 3 Ligas, Mundiales de Clubes, Supercopas y Copas del Rey. Todo esto sin conseguir modificar apenas el once.
Una transición dulce, parafraseando a Del Bosque en la selección, es la que ha conseguido establecer este equipo. Primero con Zidane y ahora con Ancelotti. El italiano parece haber puesto el piloto automático y sus pupilos ya funcionan solos.
Un medio campo para recordar: siete años de titularidades
Tres que lo hacían perfectamente hasta finalizar la temporada anterior, eran los tres del medio: Casemiro, Kroos y Modric. Una tripleta de mediocentros poco común que se convirtió en la mayor orquesta para liderar un fútbol de bandera.
Ordenados y manejando un fútbol excelso, eran capaces de amansar a las fieras rivales. Perfiles diferentes, pero perfectamente compatibles. El más destructor de todos ya no sigue en esta ecuación y con él, termina un mediocampo que llevaba ocupando más de 7 años la medular del Bernabéu.
Por lo que hace a los otros dos: el croata renovó por una temporada más a sus 36 años y el alemán ha preferido esperar para valorar su estado físico de aquí a final de campaña. Por ahora no preocupa.
Ningún compañero suyo consiguió amenazar su puesto a excepción de un Camavinga, Valverde, Ceballos que empezaban a asomar la cabeza. Florentino estaba encantado con ellos y no tenía prisa por jubilarles.
Florentino el padre de todos: Casemiro, Kroos y Modric sus favoritos
Siempre atento para cualquier necesidad que pudiera ocurrir: les cuidó, les mimó y les alabó mucho para que estuvieran servidos con plenas garantías. La parroquia blanca conocía su alineación casi de memoria.
Sin apenas cambios y modificaciones, nadie quiso tocar lo que funcionaba. El presidente siempre tuvo un trato especial con ellos y los llamaba con un apelativo cariñoso. “Los tres tenores” tenían por nombre.
En el vestuario todos ya sabían quiénes eran y la metáfora es más que válida. Nadie mejor que ellos sabía manejarse tan bien. Ordenados, precisos y sutiles ponían a jugar al equipo en una harmonía y un ritmo de escándalo. Un juego profundo, una amplia visión de juego para conseguir grandes objetivos.