Franco Mastantuono ha sido una de las grandes irrupciones del Real Madrid esta temporada. El argentino, de apenas 18 años, se ganó rápido la confianza de Xabi Alonso. Energía, descaro y talento a raudales. Pero el fútbol cambia muy rápido, y el Clásico llega en un momento en el que su papel podría dar un giro inesperado.
El técnico tolosarra valora seriamente dejarlo en el banquillo frente al Barcelona. No por castigo, ni mucho menos. Simplemente, porque el duelo del domingo exige experiencia, pausa y decisiones seguras. Y en ese escenario, Brahim Díaz aparece con fuerza para ocupar su lugar.
Brahim se gana los galones
El malagueño fue titular ante la Juventus y su actuación ha sido tema de conversación en Valdebebas. Mostró ritmo, chispa y determinación. Participó en todas las jugadas peligrosas y contagió energía al equipo. Su 88% de acierto en el pase y las ocasiones que generó convencieron al cuerpo técnico de que está listo para un partido grande.
Brahim no necesita adaptación. Conoce el sistema, entiende lo que pide Xabi y ofrece algo que Mastantuono aún está construyendo: regularidad. Su entrada no sería una sorpresa, sino una decisión estratégica.
El reto de Mastantuono
El argentino ha jugado mucho este curso, pero su influencia ha bajado en las últimas semanas. Nueve titularidades, un gol y varias actuaciones discretas. No es una cuestión de talento —eso le sobra—, sino de madurez y ritmo competitivo.
Xabi Alonso lo sabe. Le tiene fe y lo protege, pero también es consciente de que el Clásico no es un partido para improvisar. “Tiene solo 18 años, está en proceso de adaptación y estamos muy contentos con su evolución”, dijo recientemente el entrenador.
El dilema es claro: Brahim aporta chispa inmediata, Mastantuono simboliza el futuro. En un duelo que puede marcar la temporada, Xabi deberá elegir entre el vértigo del presente o la calma del mañana.
El Clásico pondrá a prueba no solo al Madrid, sino también a una de sus joyas. Mastantuono ya sabe lo que significa ganarse un puesto. Ahora deberá pelear por no perderlo justo en el partido que todos quieren jugar.